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Aunque 30.000 veces nos maten, 30.000 veces volveremos


La lucha revolucionaria que se dio en nuestro país durante los años 60 y 70, representa para nuestra historia, la historia del pueblo y la clase obrera, el punto más alto y la expresión más clara de organización obrera y popular.

Esas organizaciones fueron la vanguardia que supo recoger en el pensamiento y la acción una definición estratégica para guiar a la clase obrera a pelear organizadamente por sus intereses históricos y bajo una única bandera: la de la lucha por el Socialismo.

Tan fuerte, tan importante, tan claro, tan contundente, fue el ejemplo de los combatientes revolucionarios que, en muy pocos años, lograron ganarse la voluntad y conciencia de amplios sectores del pueblo y los trabajadores. La simpatía que hacia las organizaciones revolucionarias se expresó por aquellos años, expone a los ojos de la historia, la importancia y dimensión de la posibilidad cierta de la revolución socialista en nuestro país.

Podríamos enumerar miles de acciones, movilizaciones, enfrentamientos, boicots, tomas de fábrica, expropiaciones, combates callejeros, aprovisionamientos, asaltos a cuarteles, fugas de las mazmorras del enemigo…, todas ellas, fruto de una voluntad inquebrantable.

Los compañeros lucharon por el poder, por eso tenían un partido de combate, clandestino con gran influencia de masas. Porque estaban en el camino correcto, en pleno combate a fuego cruzado, contra el Estado Burgués y su brazo armado, los grandes capitalistas y los jefes del Imperio decidieron el golpe contrarrevolucionario para exterminarlos y continuar luego con sus planes privatizadores, de empobrecimiento del pueblo y los trabajadores, tarea que le encargaron a la prostituta democracia nuevamente.

Se cumplen 47 años del golpe genocida, que entre 1976 y 1983, bajó los lineamientos del imperialismo yanqui para su patio trasero. Un plan continental que impuso el aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias por intermedio de las fuerzas armadas, que impuso los planes y modelos económicos que hoy padecemos. Planes que contribuyeron al enriquecimiento escandaloso de los burgueses y oligarcas nacionales, que se constituyeron como socios menores del gran capital financiero transnacional. En 7 años allanó el camino para la instauración de la democracia burguesa.

Democracia que hoy esos mismos sectores festejan, y no es para menos, esa democracia la construyeron sobre la sangre de nuestros compañeros; los partidos de la burguesía y los sectores “progresistas” han desatado una inmensa campaña reivindicando los 40 años de democracia, de esta democracia de los ricos, de los poderosos, de las patronales. Una democracia que carga con el asesinato y la desaparición en enero del 89 de los compañeros de La Tablada y en el 2006 el secuestro y desaparición de Jorge Julio López (a los de La Tablada el “padre de la democracia”, el radical Raúl Alfonsín; a Julio López el gobierno “Nacional y Popular” de los Kirchner). Una democracia que garantiza la impunidad a los genocidas, que a pesar de la alternancia entre partidos burgueses mantiene intacto el sometimiento al imperialismo y cumplen sin chistar los planes económicos impuestos por el FMI y los organismos internacionales y paga religiosamente la Deuda Externa, sumiéndonos en la dependencia política y económica.

La democracia, la sacrosanta democracia, el mecanismo más sofisticado de dominación, la democracia burguesa, hoy cumple 40 años cometiendo crímenes a diario. Porque el Estado capitalista, sin importar la forma de gobierno que asuma, es un Estado terrorista.

TERRORISTA LA DICTADURA DE 1976. TERRORISTA LA DEMOCRACIA BURGUESA DE HOY.

Por lo tanto, el terrorismo de Estado no es más que un despliegue concreto de lo que esencialmente es el Estado Burgués. No una “perversión”, “exceso de función represiva”, “desviación”, “defectos”, “desconocimiento de principios democráticos”, “manifestación de tendencias autoritarias”, y demás afirmaciones que hacen los que sostienen que el Estado Burgués es un “Estado de derecho”, es decir, protector de las causas justas.

No hay que confundirse pensando que la represión está causada por el nivel de crisis capitalista y descomposición política del capitalismo. Las crisis lo que hacen es potenciar el grado de terrorismo ejercido. No es que el Estado se prive de ese recurso represivo ni por un instante, ni que desarme sus huestes. Cuando el Estado Burgués se ve privado del control ideológico, de márgenes económicos para hacer concesiones a los reclamos, por supuesto que acentúa su accionar represivo. Lo que la crisis y descomposición capitalista hacen en todo caso, es determinar el grado de intervención punitiva de las tropas sobre el pueblo que lucha y sobre la militancia que se organiza políticamente en su contra. Que quede claro: la represión no es un producto de la crisis, sino que es una característica esencial del estado terrorista burgués. Esta es una de las razones por la cual los gobiernos que se sucedieron en estos 40 años han coincidido en sostener, reforzar, mejorar, y equipar a las fuerzas represivas.

Entre tires y aflojes, con mayor o menor capacidad, hemos resistido durante este período. En algunos casos se ha logrado dar marcha atrás medidas de impunidad e injusticia. A diario se producen luchas y conflictos que se encuentran dispersos por todo el territorio, con reclamos de los más variados, fundamentalmente en el plano económico. Pero sin duda hemos sufrido un retroceso. Otro hubiese sido el cantar si esa vanguardia revolucionaria estuviera presente, y el enemigo de clase sabe perfectamente del estado de nuestras fuerzas. El enemigo de clase sabe que anida en el corazón del pueblo y los trabajadores la semilla de la rebelión. Pero conoce además nuestras limitaciones actuales.

Compañeros en esta ciudad de Rosario se produjeron hechos extraordinarios, como los rosariazos, los estallidos de 1989 o de diciembre del 2001. En esta ciudad donde se concentra gran parte de la riqueza de nuestro país, que se escapa por los puertos, donde hay millonarios negocios inmobiliarios, una monstruosa estructura se ha montado para expandir y cuidar los negocios capitalistas, incluido el negocio narco. Rosario y sus alrededores reúnen todas las condiciones de un centro geopolítico de importancia estratégica para el capitalismo. Y así es como lo cuidan, como lo que es, un centro geopolítico de importancia estratégica.

Están frente a una crisis sin igual, que se profundiza y se extiende y que acentúa el grado de descomposición en que se encuentran. Crisis que se traslada a todos los ámbitos de las organizaciones populares, que sufren a diario los trabajadores y el pueblo. Una situación que se vuelve insostenible, pero que sin embargo han podido hasta hoy sostener con relativa tranquilidad. Entendemos que este período nos debe llamar a las calles para evitar el avance de una política represiva que avanza en todas las líneas de intervención. Desde lo económico, empobreciendo a los trabajadores y el pueblo, privándonos de los más elementales derechos, alimentando la descomposición social, despojándonos de nuestra dignidad, sometiéndonos a una vida precarizada.

Pero para sostener tamaña expoliación, para garantizar el aumento de los ritmos de explotación, para seguir drenando la riqueza, no les alcanza con su sacrosanta institucionalidad. Recurren a la militarización de la ciudad. Hacen escuela con los yanquis que adoctrinan y preparan las tropas para enfrentar la más mínima expresión de resistencia. Mandan, además de toda la milicada y de los gendarmes que ya patrullan las calles, al mismísimo ejercito genocida. Ruido de botas en las calles rosarinas, anuncian el reforzamiento de la represión.

Es difícil entender que se haya llegado a estos niveles de empobrecimiento e injusticia social, de crecimiento exponencial del ejército de mano de obra desocupada, de precarización y flexibilización laboral o de rebaja permanente de los salarios, sin pensar en la aplicación efectiva y eficaz del mecanismo de dominación más sofisticado, la democracia burguesa.

Está más que suficientemente demostrado que en estos 40 años, las estrategias utilizadas por la izquierda electoralera se han convertido en uno más de los artilugios para mantener bajo el engaño al pueblo y los trabajadores. En estos 40 años han tergiversado y desviado nuestras luchas y nos han conducido al retroceso de la conciencia en la clase obrera. Han contribuido a este escenario en el que nos encontramos. Y si lo han podido hacer es precisamente porque no hay todavía una fuerza suficiente que le ponga coto, que tuerza el debate y la agenda política hacia las necesidades reales que se nos imponen. Del mismo modo con el enemigo de clase, el Estado Burgués. Hay que ponerle límite a tanta injusticia e impunidad. Pero no será con miles de votos en las urnas cada cierta cantidad de años. No será de la mano de sus instituciones, ni respetando sus leyes y reglas.

El límite solo puede venir de la mano de la organización revolucionaria, de la lucha decidida, causando el mayor daño al enemigo al menor costo posible, arriesgando, tal como lo hicieron los compañeros en los 60 y 70, en política, pensamiento y acción. El desafío está en constituir una vanguardia organizada capaz de encarnar en su estructura las aspiraciones e intereses más sentidos de los trabajadores y el pueblo, de influir tan profundamente como para comenzar a dar los pasos necesarios hacia el único cambio posible, el que garantice la verdadera democracia del pueblo y los trabajadores. Nuestro desafío es encarar la lucha por la Revolución y el Socialismo.

24 de Marzo 2023